domingo, 6 de julio de 2008
Ana María Salas
A mediados de 2002 decidí viajar a París con mi madre, que iba durante seis meses a trabajar. Al cabo de ese tiempo volvería con ella y me dedicaría a realizar la película (aún incierta) con la cual me graduaría de mis estudios de cine en Bogotá.
Antes de irme, mi padre me regaló una pequeña cámara de video handycam.
Una vez en París, el deseo de quedarme más de seis meses se fue imponiendo en mí. Hice lo posible para inscribirme en una universidad.
En noviembre de 2002 supe finalmente que había sido admitida en filosofía. Podría entonces quedarme más tiempo en París. Pero abandonaba al mismo tiempo mis estudios de cine en Bogotá.
Años después caí en cuenta de que fue en ese mismo período que empecé a grabar mi primer diario en video.
Con este mismo diario editado (Frente al espejo) me gradúo hoy de estudios de cine en París.
El día en que tomé la cámara para comenzar el diario, lo primero que hice fue grabar solamente mi voz diciendo la fecha sobre una imagen negra (dejando la cámara tapada). Luego llegó la imagen: dos pares de zapatos bien puestos sobre un pequeño tapete en una esquina de nuestra casa provisional de París. Era una imagen de lo cotidiano, que no pretendía decir algo específico.
Fue un gesto para mi misma, pues se trataba de un verdadero diario íntimo, que no pensaba mostrar, y también un gesto espontáneo, intuitivo, no reflexionado, sin intención particular. El gesto se dio en aquel momento.
Ahora entiendo esa imagen como un comentario visual del día que estaba viviendo. Así entiendo igualmente todas las otras imágenes grabadas posteriormente, como comentarios sintéticos (siempre cortos –segundos o pocos minutos–) de lo que vivía el día o el momento en que grababa, precedidos de mi voz diciendo la fecha de cada día sobre negro.
Hoy sigo grabando de la misma manera mi diario, que se ha vuelto una práctica esencial en mi vida.
La decisión de hacer un diario en video implicó el preguntarme sobre su especificidad con respecto a los diarios escritos (que escribo regularmente y desde la infancia).
Desde el principio asumí esta práctica como una exploración constante del lenguaje audiovisual, con la cual busco expresar el sentimiento, la sensación particular, el estado de ánimo en el cual me encuentro en el momento en que grabo, con la imagen, el sonido directo, los movimientos de cámara, lo que se ve y lo que no se ve en la imagen. Siempre he querido evitar la palabra, el relato hablado.
No hay una razón pensada, reflexionada racionalmente, ni una escritura, que me guíen en el momento de tomar la cámara para filmar. Así, la preocupación por crear narración no tiene lugar cuando grabo –viene después, en el momento de la edición–.
Los elementos que aparecen en el diario son todos aquellos que están a disposición en la vida cotidiana; objetos personales, de la casa, fotos colgadas en los muros, rayos del sol sobre el piso, la lluvia, el cielo a través de la ventana, las personas que me rodean…
Hay un ejercicio de síntesis en esa exploración, pues grabo muy poco, trato de captar imágenes que condensen el ambiente exterior o mi ambiente interior. La exigencia de una imagen sintética y condensada hace necesario un ejercicio de la mirada.
Paralelamente al ejercicio de la mirada, sucede que la vida transcurre y en ciertos momentos percibo algo como una pausa, un reposo del mundo y mío; el espíritu parece posarse, detenerse un instante y alejándose de la velocidad, de la dispersión del día a día, aproximándose a un estado contemplativo, acoger el mundo que me rodea. Se podría incluso decir que ese reposo del espíritu permite al fin una mirada, ser espectador de la vida momentáneamente en un canto de pájaros, en un gato, la ventana de un vecino, un reflejo…
Luego se trata de intentar grabar como miro.
La contemplación es entonces en este caso activa, pues se da con la acción de grabar.
La imagen captada por la cámara cada día es un presente vivido, y es también un presente en la medida en que yo estoy presente en el momento en que filmo. Es un momento de presencia intensa, en el que estoy ahí, en ese instante, conmigo misma y con el mundo.
Así, el diario está exclusivamente compuesto de presentes. Éstos se vuelven posibles, probables, por el hecho de hacer un diario, que es un elemento de un modo de vida particular.
Incluso si no grabo todos los días, pues nunca me obligo a hacerlo, la práctica del diario es constante, cotidiana. Paralelamente a la práctica concreta, es decir al hecho de grabar, a la exploración con la cámara, existe toda una elaboración mental que es a veces conciente, pero que se desarrolla la mayor parte del tiempo en un lugar profundo del pensamiento alejado de la conciencia. El hacer el diario siempre está presente, así no grabe (durante un día o varios meses).
La vida íntima, la intimidad, que no está para mi ligada a la prohibición, a la censura, al secreto, sino que entiendo como una riqueza interior que se encuentra en el fondo de nosotros, me da los elementos para una mirada subjetiva, propia. Esta mirada me permite apropiarme del mundo, construir un mundo que me sea propio. Así, me construyo al mismo tiempo un lugar en el mundo, poniéndome en relación con él de una manera particular.
Mi vida es el material de trabajo, de experimentación audiovisual. Es el pretexto para trabajar audiovisualmente, y no el objetivo. El fin del diario no es hablar de mi vida, ni contarla. No creo tener ningún interés exhibicionista en contar mi vida íntima públicamente. Lo que me interesa, es poder compartir sensaciones, percepciones, estados de la intimidad con los espectadores.
El carácter elíptico del diario, hecho de fragmentos de momentos de cada día, permite al espectador crearse su propia historia. Los silencios entre cada fragmento son como espacios en los que cada espectador aloja su historia, probablemente ligada con su propia vida.
Mi vida, materia prima con la cual trabajo, es al mismo tiempo soberana. El diario sigue la vida, capta momentos de su transcurrir, no la dirige, ni la fuerza.
La vida es la materia de trabajo del diario. El diario, inversamente y como dando a su vez, es un rico material para trabajar mi vida.
A.M.S.
Antes de irme, mi padre me regaló una pequeña cámara de video handycam.
Una vez en París, el deseo de quedarme más de seis meses se fue imponiendo en mí. Hice lo posible para inscribirme en una universidad.
En noviembre de 2002 supe finalmente que había sido admitida en filosofía. Podría entonces quedarme más tiempo en París. Pero abandonaba al mismo tiempo mis estudios de cine en Bogotá.
Años después caí en cuenta de que fue en ese mismo período que empecé a grabar mi primer diario en video.
Con este mismo diario editado (Frente al espejo) me gradúo hoy de estudios de cine en París.
El día en que tomé la cámara para comenzar el diario, lo primero que hice fue grabar solamente mi voz diciendo la fecha sobre una imagen negra (dejando la cámara tapada). Luego llegó la imagen: dos pares de zapatos bien puestos sobre un pequeño tapete en una esquina de nuestra casa provisional de París. Era una imagen de lo cotidiano, que no pretendía decir algo específico.
Fue un gesto para mi misma, pues se trataba de un verdadero diario íntimo, que no pensaba mostrar, y también un gesto espontáneo, intuitivo, no reflexionado, sin intención particular. El gesto se dio en aquel momento.
Ahora entiendo esa imagen como un comentario visual del día que estaba viviendo. Así entiendo igualmente todas las otras imágenes grabadas posteriormente, como comentarios sintéticos (siempre cortos –segundos o pocos minutos–) de lo que vivía el día o el momento en que grababa, precedidos de mi voz diciendo la fecha de cada día sobre negro.
Hoy sigo grabando de la misma manera mi diario, que se ha vuelto una práctica esencial en mi vida.
La decisión de hacer un diario en video implicó el preguntarme sobre su especificidad con respecto a los diarios escritos (que escribo regularmente y desde la infancia).
Desde el principio asumí esta práctica como una exploración constante del lenguaje audiovisual, con la cual busco expresar el sentimiento, la sensación particular, el estado de ánimo en el cual me encuentro en el momento en que grabo, con la imagen, el sonido directo, los movimientos de cámara, lo que se ve y lo que no se ve en la imagen. Siempre he querido evitar la palabra, el relato hablado.
No hay una razón pensada, reflexionada racionalmente, ni una escritura, que me guíen en el momento de tomar la cámara para filmar. Así, la preocupación por crear narración no tiene lugar cuando grabo –viene después, en el momento de la edición–.
Los elementos que aparecen en el diario son todos aquellos que están a disposición en la vida cotidiana; objetos personales, de la casa, fotos colgadas en los muros, rayos del sol sobre el piso, la lluvia, el cielo a través de la ventana, las personas que me rodean…
Hay un ejercicio de síntesis en esa exploración, pues grabo muy poco, trato de captar imágenes que condensen el ambiente exterior o mi ambiente interior. La exigencia de una imagen sintética y condensada hace necesario un ejercicio de la mirada.
Paralelamente al ejercicio de la mirada, sucede que la vida transcurre y en ciertos momentos percibo algo como una pausa, un reposo del mundo y mío; el espíritu parece posarse, detenerse un instante y alejándose de la velocidad, de la dispersión del día a día, aproximándose a un estado contemplativo, acoger el mundo que me rodea. Se podría incluso decir que ese reposo del espíritu permite al fin una mirada, ser espectador de la vida momentáneamente en un canto de pájaros, en un gato, la ventana de un vecino, un reflejo…
Luego se trata de intentar grabar como miro.
La contemplación es entonces en este caso activa, pues se da con la acción de grabar.
La imagen captada por la cámara cada día es un presente vivido, y es también un presente en la medida en que yo estoy presente en el momento en que filmo. Es un momento de presencia intensa, en el que estoy ahí, en ese instante, conmigo misma y con el mundo.
Así, el diario está exclusivamente compuesto de presentes. Éstos se vuelven posibles, probables, por el hecho de hacer un diario, que es un elemento de un modo de vida particular.
Incluso si no grabo todos los días, pues nunca me obligo a hacerlo, la práctica del diario es constante, cotidiana. Paralelamente a la práctica concreta, es decir al hecho de grabar, a la exploración con la cámara, existe toda una elaboración mental que es a veces conciente, pero que se desarrolla la mayor parte del tiempo en un lugar profundo del pensamiento alejado de la conciencia. El hacer el diario siempre está presente, así no grabe (durante un día o varios meses).
La vida íntima, la intimidad, que no está para mi ligada a la prohibición, a la censura, al secreto, sino que entiendo como una riqueza interior que se encuentra en el fondo de nosotros, me da los elementos para una mirada subjetiva, propia. Esta mirada me permite apropiarme del mundo, construir un mundo que me sea propio. Así, me construyo al mismo tiempo un lugar en el mundo, poniéndome en relación con él de una manera particular.
Mi vida es el material de trabajo, de experimentación audiovisual. Es el pretexto para trabajar audiovisualmente, y no el objetivo. El fin del diario no es hablar de mi vida, ni contarla. No creo tener ningún interés exhibicionista en contar mi vida íntima públicamente. Lo que me interesa, es poder compartir sensaciones, percepciones, estados de la intimidad con los espectadores.
El carácter elíptico del diario, hecho de fragmentos de momentos de cada día, permite al espectador crearse su propia historia. Los silencios entre cada fragmento son como espacios en los que cada espectador aloja su historia, probablemente ligada con su propia vida.
Mi vida, materia prima con la cual trabajo, es al mismo tiempo soberana. El diario sigue la vida, capta momentos de su transcurrir, no la dirige, ni la fuerza.
La vida es la materia de trabajo del diario. El diario, inversamente y como dando a su vez, es un rico material para trabajar mi vida.
A.M.S.
Ana Mosseri
Mi trabajo parte de lo cotidiano, se basa en los personajes que me rodean y las historias que protagonizan, en lo íntimo y en lo familiar porque es un espejo de mi vida privada. Nunca me salgo del entorno familiar, de lo más próximo. Las historias no son inventadas sino reales, como lo son los personajes y los objetos que hacen parte de estas obras.
Yo trabajo series. Cada serie narra una historia, un instante de mi vida y de la vida de las personas que me rodean. Mi intimidad se vuelve pública en cada obra. Al compartir estas historias con el espectador, se hace visible una parte de mi vida privada. La narrativa lo envuelve dentro del instante de vida que estoy develando.
Las obras que realizo se relacionan tanto con mi intimidad como con la de cualquiera de los personajes que hacen parte de las obras. No es una intimidad propia, privada, sino pública. Incluso las situaciones cotidianas reflejadas en estas historias le pueden ser familiares a cualquiera.
A.M.
Sandra Pérez Liberman
Creo que para todos los artistas el hecho de extraer de su subconsciente un concepto para crearlo, plasmarlo y luego publicarlo, plantea dar ese paso de lo privado a lo público. Por supuesto que no siempre el concepto de la obra en sí habla de lo íntimo. En mi caso si. La forma de trabajo me lleva a tratar de definir una búsqueda de lo que soy como individuo y a su vez reconstruye lo que es el mundo y nuestras vidas. Así, aunque la obra es intimista, trasciende a lo universal.
Para mi la pintura es un alivio, es el lugar en donde descargo tanta congestión de información e interacciones diarias. Estas telas que reproduzco, en un acto casi obsesivo, en su proceso intentan descifrar el sentido de lo que somos. Son telas que requieren de mucho tiempo y paciencia en donde los elementos, o el patrón se repite una y otra vez como en un acto de cuestionamiento constante. Una vez terminadas se disipa la complejidad de cómo se creó y lo remplaza un sentido de unidad y continuidad. Además, después de ser reproducidas, pintadas, borradas, lijadas y vueltas a pintar en una construcción/deconstrucción, se percibe un espacio físico y real que a su vez conlleva una atmósfera muy familiar. Los espacios creados se muestran enigmáticos y surreales, funcionan como vehículos de transporte.
Las telas de los fondos de mis pinturas dan una noción de ser parte de algo más –casi como un pedazo de tela que se cortó de un rollo que a su vez venía de una producción más grande– igual que la relación del individuo con el mundo exterior, de la humanidad con el universo. El ser parte de un todo. Acompañando los espacios, aparece mi imagen que cuestiona mi presencia en esos espacios o en el espacio real. Casi como en un performance que invita al espectador a que me acompañe en la búsqueda.
La idea de la introspección está completamente ligada al procedimiento de la creación de la obra, cada obra es una consecuencia de la anterior. En realidad no creo que uno esté tan consciente de esta introspección o del “cuestionamiento constante” que trae día a día la pintura. El artista está ocupado y sumergido en la obra buscando lograr una composición en donde los elementos se encuentran para completar una obra que funcione en su totalidad. Que exista por sí sola. El manejo del espacio, el tiempo, el juego con la perspectiva, la luz, la sombra, lo físico y lo tangible, lo espiritual y misterioso conforman una alquimia que procura definir todo el esfuerzo de la creación.
Cuando termino una obra, pese a que el sentido de crecimiento y evolución es inmenso, se procede al siguiente lienzo, éste se convierte en el receptor que transmite lo que soy y lo que somos. No creo que el concepto se deje quieto en ningún momento. Tal vez se aleja de la obra por un tiempo para después volver a expresarse ya en una forma distinta. Reflexionando un poco en el trayecto de mi obra, podría decir que muchos de los conceptos que están ligados a nuestras vidas persisten: lo teatral, las dualidades, el reflejo, la luz, la oscuridad, el autorretrato, el paso del tiempo, la continuidad, la búsqueda. Parece increíble saber que después de tanto tiempo uno sigue planteando las mismas preguntas. Llego a la conclusión que lo importante es que sigamos preguntándonos para continuar evolucionando.
S.P.L.
Para mi la pintura es un alivio, es el lugar en donde descargo tanta congestión de información e interacciones diarias. Estas telas que reproduzco, en un acto casi obsesivo, en su proceso intentan descifrar el sentido de lo que somos. Son telas que requieren de mucho tiempo y paciencia en donde los elementos, o el patrón se repite una y otra vez como en un acto de cuestionamiento constante. Una vez terminadas se disipa la complejidad de cómo se creó y lo remplaza un sentido de unidad y continuidad. Además, después de ser reproducidas, pintadas, borradas, lijadas y vueltas a pintar en una construcción/deconstrucción, se percibe un espacio físico y real que a su vez conlleva una atmósfera muy familiar. Los espacios creados se muestran enigmáticos y surreales, funcionan como vehículos de transporte.
Las telas de los fondos de mis pinturas dan una noción de ser parte de algo más –casi como un pedazo de tela que se cortó de un rollo que a su vez venía de una producción más grande– igual que la relación del individuo con el mundo exterior, de la humanidad con el universo. El ser parte de un todo. Acompañando los espacios, aparece mi imagen que cuestiona mi presencia en esos espacios o en el espacio real. Casi como en un performance que invita al espectador a que me acompañe en la búsqueda.
La idea de la introspección está completamente ligada al procedimiento de la creación de la obra, cada obra es una consecuencia de la anterior. En realidad no creo que uno esté tan consciente de esta introspección o del “cuestionamiento constante” que trae día a día la pintura. El artista está ocupado y sumergido en la obra buscando lograr una composición en donde los elementos se encuentran para completar una obra que funcione en su totalidad. Que exista por sí sola. El manejo del espacio, el tiempo, el juego con la perspectiva, la luz, la sombra, lo físico y lo tangible, lo espiritual y misterioso conforman una alquimia que procura definir todo el esfuerzo de la creación.
Cuando termino una obra, pese a que el sentido de crecimiento y evolución es inmenso, se procede al siguiente lienzo, éste se convierte en el receptor que transmite lo que soy y lo que somos. No creo que el concepto se deje quieto en ningún momento. Tal vez se aleja de la obra por un tiempo para después volver a expresarse ya en una forma distinta. Reflexionando un poco en el trayecto de mi obra, podría decir que muchos de los conceptos que están ligados a nuestras vidas persisten: lo teatral, las dualidades, el reflejo, la luz, la oscuridad, el autorretrato, el paso del tiempo, la continuidad, la búsqueda. Parece increíble saber que después de tanto tiempo uno sigue planteando las mismas preguntas. Llego a la conclusión que lo importante es que sigamos preguntándonos para continuar evolucionando.
S.P.L.
Adriana Duque
Mis personajes son seres equivalentes a mi misma, a mi propia familia o a los habitantes inmemoriales de los cuentos de hadas. Los actores o seudo–actores que representan estos personajes son personas anónimas que ubico por medio de un proceso de casting. Estos personajes, son disímiles, representan diversas categorías de mi historia personal, de mi psiquis. Una niña–princesa, un abuelo arquetípico, un ogro, una mamá oso, una muñeca humanizada, un príncipe conejo. Todos son esencialmente cómplices de una historia íntima. Creo que mis personajes representan cierto grado de frustración e inadaptación a un “Statu quo” que no parece cumplir con ciertas expectativas, que no se sujeta a un interpuesto paradigma de “mundo ideal”.
A. D.
A. D.
Andrea Rey
Hay ciertas fuerzas que encuentro en los materiales, ya sea por su naturaleza, por la forma de ser usados, la historia que llevan consigo o posiblemente por compartir sus largas o cortas jornadas con los seres del mundo. En mi obra denominada Vísteme la tela se descubre en su contacto con el cuerpo, se acoge la costura como procedimiento para la creación de piezas que hacen alusiones a la intimidad de la piel en su habitual cercanía con la vestimenta. Poseo una conciencia de cómo el paso del tiempo deja en las cosas un velo que detiene de forma indefinida cierta información. Tomo ésto como punto de partida en mis trabajos en donde es significativo lo que deseo expresar y con igual atención reflexiono los materiales a través de los cuales me comunico.
En Vísteme se manifiesta la estética del diseño original de cada uno de los encajes procedentes de ropa interior femenina. Enhebro cabello y con él bordo los dibujos de flores y líneas curvas con el cuidado que tendría al suturar la piel, ya que cada pieza por asociación es pubis que se convierte en tela. Así, cuerpo y objeto se fusionan de una manera sutil como la del erotismo evocando la piel que insinúa un develamiento y plantea una acción: “vísteme despacio que estoy de prisa” –texto bordado con cabello en donde se plasma el tránsito entre vestido y desnudez–. Este trabajo se revela en el espacio desde la distancia con una mirada que contempla pequeños elementos que parecen camuflarse con la pared. En la cercanía se sigue la invitación a detenerse en el detalle y a pensar en el tiempo del contacto íntimo con cada pieza para lograr el objetivo en el bordado meticuloso.
A.R.
En Vísteme se manifiesta la estética del diseño original de cada uno de los encajes procedentes de ropa interior femenina. Enhebro cabello y con él bordo los dibujos de flores y líneas curvas con el cuidado que tendría al suturar la piel, ya que cada pieza por asociación es pubis que se convierte en tela. Así, cuerpo y objeto se fusionan de una manera sutil como la del erotismo evocando la piel que insinúa un develamiento y plantea una acción: “vísteme despacio que estoy de prisa” –texto bordado con cabello en donde se plasma el tránsito entre vestido y desnudez–. Este trabajo se revela en el espacio desde la distancia con una mirada que contempla pequeños elementos que parecen camuflarse con la pared. En la cercanía se sigue la invitación a detenerse en el detalle y a pensar en el tiempo del contacto íntimo con cada pieza para lograr el objetivo en el bordado meticuloso.
A.R.
Mauricio Ruíz
Cuando caen en mis manos tiras de imágenes fotográficas que han sido desechadas en un almacén cualquiera, las observo detenidamente y al hacerlo llegan a mi mente con toda claridad, como si las viera, imágenes que conservo en mi memoria.
Las imágenes que “veo” son entre muchas: fragmentos de vegetación, mis sobrinas, recuerdos de momentos de entretenimiento como tomar una cerveza junto a una piscina en alguna ciudad de Colombia; veo texturas de ropa, veo texturas de paredes, ladrillos. En las imágenes “veo” colores, sabores de dulces como las melcochas que regalan en los restaurantes, imágenes todas que si las buscamos las encontramos al observar esas tiras de fotos restantes de los cortes.
Todas esas imágenes que surgen de mi memoria se fusionan con las de las noticias cotidianas de mi país:
Veo las imágenes de los secuestrados, la imagen de los militares, los políticos y veo esas cosas cotidianas que creo que viven estas personas, las cosas que tienen, como comen, que ven a su alrededor, qué les gusta hacer en su tiempo libre, quién los cuida, preguntarse si hacen deporte o descansan.
La imagen mental se vuelve parte mía y así, lo que otros viven lo vivo yo.
Esas imágenes se apoderan de mis propias cosas y las utiliza a su manera.
Todas puestas una al lado de la otra forman ese horizonte que nos hace prisioneros de una realidad.
Con esta obra intento recuperar el más antiguo y humanista de los sentidos del arte: negarse a la caducidad del instante y a la intensidad del evento. Es así como Pruebas de Supervivencia viene a constituirse en una resistencia al olvido, al que nos constriñe inexorablemente la repetición vacía y sin sentido de una imagen atroz y ajena. Aquí se trata de arrancar al observador de ese foco de luz lánguido que representa la mirada perpleja y desesperanzada de un cautivo, de manera que el interés se concentre en un instante posterior de la angustia; ya no el de la pura existencia, sino el de saber cuál es la asfixiante rutina que circunda sus días, o la monótona vegetación que “veo” en las tiras de unas fotografías. Las secciones discontinuas de colores permiten al observador la construcción de una imagen que pueda evocar un momento de la vida cotidiana de los 750 cautivos: los colores de un plátano con café al desayuno, la densidad del verde que los encierra y protege, el azul claro de un resquicio de cielo o de una quebrada para el baño matutino. Finalmente su particular disposición horizontal simboliza la infinitud de una esperanza entrañable pero aún distante.
M.R.
Catalina Jaramillo Quijano
El arte tiene una estrecha relación con lo verdadero, la obra de arte no se interpreta a sí misma así que no tiene posibilidad de engaño, no ocurre lo mismo con la palabra, en ella hay intenciones, una necesidad de manifestarse, hay un desocultamiento.
Todas las cortinas cerradas, la seguridad viene de allí, las abro de vez en cuando para hacerme creer que lo he superado todo, que he alcanzado la normalidad en mi vida. Subo la persiana de mi cuarto, la luz cae directamente sobre la cama destendida y siento un poco de vergüenza. Mejor la cierro otra vez, no lo he superado todavía, no vaya a ser que se enteren los vecinos.
Anoto: Tenía cuatro años, la directora del colegio no quería recibirme, mi mamá la convenció para que me hiciera un examen, no recuerdo bien en que consistía, sólo que al final debía hacer un dibujo, me tomé mi tiempo y lo hice lo mejor que pude, cuando la directora lo vio no supo qué era y me pidió una explicación, lo miré bien y era un establo con una oveja, pero si lo volteaba era una familia, así que dije que era un establo pues me pareció más apropiado para impresionar a una señora poco impresionable (una familia la hace cualquiera).
Cuando era niña creía que todas las sensaciones físicas y anímicas tenían un nombre. Recuerdo que después de bañarme, al momento de vestirme, me sentía incómoda, pensaba en la desnudez y me daba un vacío en el estómago, le preguntaba siempre a mi madre cómo se llamaba aquello y ella siempre decía: vergüenza; pero no, era algo distinto y no tenía nombre, trataba de definirlo lo mejor posible sin nombrarlo, quise ser fiel a las palabras.
Hoy tuve una de esas impresiones sin nombre, estaba en la cocina preparando café, todo estaba ordenado, los platos en su lugar, música de fondo, el olor a café, mis pies cabían en una baldosa y muchas imágenes rondaban en mi cabeza; pensé en ese momento y me sentí afortunada. Imaginé mi cuarto sin mí, libros a medio leer, cartas guardadas en cajones (¿todas las cartas son de amor?), las flores rosa del papel tapiz, la cama de niña y mis libros terminados (gritito de emoción).
Me apaño de la idea de mí misma, me apaño de mí, una visión impresionista. Me sentí bien, recorrí la casa, en felicidad estática; es un sentimiento sin nombre, el que me sienta satisfecha y pueda dibujar y escribir sin ningún autorreproche, sin sentirme indigna del placer de crear. Dibujos sin sujeto, sensaciones sin nombre, es casi irreal, podría llamarlo la edad adulta.
Viví gran parte de mi vida en una casa en medio de un bosque, en un bosque en medio de la ciudad, a través de los árboles veía el humo de las chimeneas industriales; en ese entonces entendía, porque lo entendía todo, y sabía lo que hay que saber; a veces sueño que sigo ahí, y para mi asombro todos los bosques son ese, todas las casas son esa; así como todos mis grandes amores son uno sólo.
Creo que los libros son así, uno y todos, tienen la emoción de una fotografía velada por la acción del recuerdo. Cuando veo que ya todo está allí siento algo irreparable, nada de arrepentimientos tardíos. En el libro abierto, alguien se desplaza. Está allí y es una prueba de que existo y pienso y siento y me muevo.
He terminado, he sabido terminar.
C.J.Q.
Todas las cortinas cerradas, la seguridad viene de allí, las abro de vez en cuando para hacerme creer que lo he superado todo, que he alcanzado la normalidad en mi vida. Subo la persiana de mi cuarto, la luz cae directamente sobre la cama destendida y siento un poco de vergüenza. Mejor la cierro otra vez, no lo he superado todavía, no vaya a ser que se enteren los vecinos.
Anoto: Tenía cuatro años, la directora del colegio no quería recibirme, mi mamá la convenció para que me hiciera un examen, no recuerdo bien en que consistía, sólo que al final debía hacer un dibujo, me tomé mi tiempo y lo hice lo mejor que pude, cuando la directora lo vio no supo qué era y me pidió una explicación, lo miré bien y era un establo con una oveja, pero si lo volteaba era una familia, así que dije que era un establo pues me pareció más apropiado para impresionar a una señora poco impresionable (una familia la hace cualquiera).
Cuando era niña creía que todas las sensaciones físicas y anímicas tenían un nombre. Recuerdo que después de bañarme, al momento de vestirme, me sentía incómoda, pensaba en la desnudez y me daba un vacío en el estómago, le preguntaba siempre a mi madre cómo se llamaba aquello y ella siempre decía: vergüenza; pero no, era algo distinto y no tenía nombre, trataba de definirlo lo mejor posible sin nombrarlo, quise ser fiel a las palabras.
Hoy tuve una de esas impresiones sin nombre, estaba en la cocina preparando café, todo estaba ordenado, los platos en su lugar, música de fondo, el olor a café, mis pies cabían en una baldosa y muchas imágenes rondaban en mi cabeza; pensé en ese momento y me sentí afortunada. Imaginé mi cuarto sin mí, libros a medio leer, cartas guardadas en cajones (¿todas las cartas son de amor?), las flores rosa del papel tapiz, la cama de niña y mis libros terminados (gritito de emoción).
Me apaño de la idea de mí misma, me apaño de mí, una visión impresionista. Me sentí bien, recorrí la casa, en felicidad estática; es un sentimiento sin nombre, el que me sienta satisfecha y pueda dibujar y escribir sin ningún autorreproche, sin sentirme indigna del placer de crear. Dibujos sin sujeto, sensaciones sin nombre, es casi irreal, podría llamarlo la edad adulta.
Viví gran parte de mi vida en una casa en medio de un bosque, en un bosque en medio de la ciudad, a través de los árboles veía el humo de las chimeneas industriales; en ese entonces entendía, porque lo entendía todo, y sabía lo que hay que saber; a veces sueño que sigo ahí, y para mi asombro todos los bosques son ese, todas las casas son esa; así como todos mis grandes amores son uno sólo.
Creo que los libros son así, uno y todos, tienen la emoción de una fotografía velada por la acción del recuerdo. Cuando veo que ya todo está allí siento algo irreparable, nada de arrepentimientos tardíos. En el libro abierto, alguien se desplaza. Está allí y es una prueba de que existo y pienso y siento y me muevo.
He terminado, he sabido terminar.
C.J.Q.
Angélica María Zorrilla
Nombro nombre propios, acciones pasajeras y reiteradas emociones de extrañeza. Yo me rindo, no me resigno. Me rindo cuentas que llevo contando hace tiempo del uno al cero, cuentas de número y de cadenita colgada al cuello como regalo, adorno y ornamento. Rendida rendición consagrada al embellecimiento o al ahogo si con ella aprieto mi cuello y la hago una horca diminuta para rendirme al sujetar, para ser sujeto jugando con juego de palabras y juegos de manos y anhelos. Rindo con la media injusta, aleatoria, intrusa, doy lo que toca: estas manos y la inercia de una mirada que se queda tan sólo en la enunciación de la fuerza. Rindan mis actos los hechos manifiestos, los también tácitos sujetos, personas sobre las que actúa el verbo, pieles de aquellos otros cuerpos y entendimientos; el tacto sigue por eso queda la piel con sus manos (mano izquierda de inventario, mano derecha de consuelo), y estos dedos en extensión escriben.
Rinden los sonidos no emitidos, los fortuitos, los aparecidos en conjunción con el suceso, profusos silencios; patetismo del sí mismo que se deja oír cuando se choca encerrado entre las orejas, cuando letra a letra dicta esta súplica de ausencia, rima pobre y como pobre también maldita. Minuto a minuto, el tiempo pasa lento si me propongo verlo pasar y gira sobre un sólo eje o palpita titilando como una lucecita en la distancia que aparece y permanece hasta volverse a ir; tiempo ánima, cañón vacío para ser recorrido y alma sólida que pretende la gloria.
Me rindo con las manos en alto, alistada para el fusil que señalando dará la última muerte, esa presente siempre y anunciada con antelación, deseo último de toda condena o simple querella de víspera venidera: blanco y negro, el mundo se ve a color.
A.M.Z.
Leidy Chávez-Fernando Pareja
Lo íntimo ha estado inmerso de alguna manera en el proceso de creación, en el taller, en todos esos elementos ocultos en la casa, así como lo adquirido cuando se trabaja afuera en la calle, porque lo íntimo también involucra lo externo por supuesto. Pero cuando se aborda en una obra, el carácter íntimo cambia también, porque ya se está exhibiendo. Por eso también influye la manera en como se muestra la obra, si la intención es el no perder totalmente esa condición íntima en contraste con el público que la mira.
De modo que lo íntimo podría hallarse en los métodos de trabajo, la toma de fotografías, los dibujos y esos apuntes en las libretas, que conforman esos diarios que son solo nuestros y que identifican algo que se guarda para sí mismo. De todo este material, en ocasiones se evidencian algunos de estos elementos para conformar una obra.
No todos nuestros trabajos están identificados en el contexto de lo íntimo, pero si hablamos de algunas obras que sugieren esta condición, podríamos rescatar que surgen de esa experiencia que hemos compartido juntos siendo un dúo por así decirlo, que en ocasiones trabaja con relación a nuestra convivencia. Como nuestros encuentros en actos espontáneos, los cuales se han grabado, dibujado o fotografiado y que hemos involucrado en la obra. Como reciclando ese evento fragmentado de un diario solamente nuestro, en el cual se decide sugerir algo acerca de éste. Cuando hablamos del reciclaje, nos referimos al reconstruir esos apuntes de las libretas, o esos dibujos escritos sobre un papel, que es parte de nuestra rutina, ya que como en muchos casos, fragmentos de diarios son sugeridos en las obras. Y sugerir, más que evidenciar, conlleva a que la visión del espectador procure una condición voyerista, de manera que no sea violentada más allá por su exhibición; ese carácter tal vez “íntimo” compartido por nosotros, involucrándo no solamente a nosotros sino además, generando un acto reflejo en quien las mire.
F.P. – L.Ch.
Gabriel Antolínez
Mi trabajo parte de un acercamiento intuitivo a los materiales y a los sistemas de construcción. A través de piezas que interactúan con la arquitectura, se transforman mientras son exhibidas y yuxtaponen atributos de categorías diversas (lo natural, lo artificial, lo vivo, lo inerte, lo animal, lo mineral, lo vegetal, lo orgánico, lo inorgánico). Reflexiono plásticamente sobre el comportamiento de la materia (su constante fluir de una forma a otra) y sobre la imposibilidad fáctica del aislamiento del entorno. Mis trabajos exploran fenómenos de causalidad, interferencia, concomitancia, codependecia y continuidad entre los materiales y el espacio que los acoge.
Las construcciones discursivas son, en mi obra, una consecuencia del contacto y la experimentación directa con los materiales, de un trabajo en el que la experiencia sensorial, el gusto y la intuición no riñen con la racionalidad –ni se subordinan a ella– sino que se acompañan y fusionan en el hacer.
Mi obra se aproxima a los problemas de la escultura y a su relación con el dibujo a través de piezas tridimensionales, de fotografía y de video. Estos dos últimos medios son abordados como soportes que permiten compartir, a través de su registro, experiencias escultóricas que difícilmente podrían llevarse a cabo en ámbitos expositivos.
Los materiales que utilizo son diversos: aire comprimido, agua, lana, telas, pieles, icopor, hilo de bordar, bolsa plástica, flecos, papel, hojilla dorada, placas de cobre. Muchos de ellos provienen de la decoración, la moda y las manualidades. La sensualidad y el poder de seducción propios de estos ámbitos son una influencia fuerte en mi trabajo.
G.A.
Las construcciones discursivas son, en mi obra, una consecuencia del contacto y la experimentación directa con los materiales, de un trabajo en el que la experiencia sensorial, el gusto y la intuición no riñen con la racionalidad –ni se subordinan a ella– sino que se acompañan y fusionan en el hacer.
Mi obra se aproxima a los problemas de la escultura y a su relación con el dibujo a través de piezas tridimensionales, de fotografía y de video. Estos dos últimos medios son abordados como soportes que permiten compartir, a través de su registro, experiencias escultóricas que difícilmente podrían llevarse a cabo en ámbitos expositivos.
Los materiales que utilizo son diversos: aire comprimido, agua, lana, telas, pieles, icopor, hilo de bordar, bolsa plástica, flecos, papel, hojilla dorada, placas de cobre. Muchos de ellos provienen de la decoración, la moda y las manualidades. La sensualidad y el poder de seducción propios de estos ámbitos son una influencia fuerte en mi trabajo.
G.A.
Eva Celín
Las escenas que uno verdaderamente desea pintar tienen que ver con la historia íntima de nosotros mismos, los pintores. Creo que la mejor parte de acumular trabajos plásticos y el proceso por el que estos son llevados a cabo, es mirar hacia atrás y darse cuenta de que hay elementos constantes que permanecen y que vistos en retrospectiva son un reflejo de nuestros intereses, de nuestro interior. Trabajar en una obra es como materializar en varios objetos la historia de nuestra vida, que a su vez está determinada por objetos que vamos encontrando y que refieren innumerables historias.
De esta manera, mi mundo plástico se va creando a partir de otras obras que a su vez van construyendo mi historia, ya sean las canciones de Billie Holiday o de Diomedes Díaz, los poemas de Jacques Prévert, la película María Antonieta o la película La Insoportable Levedad del Ser. Lo interesante es mirar de forma retrospectiva que tanto de las impresiones visuales de un artista, mezcladas con sus recuerdos, ideales y sentimientos terminan siendo el material para crear una serie de objetos que llamamos obra y que representan un fragmento de su propia historia íntima.
Hice una serie de cuadros que tomé de una película estadounidense estrenada hace poco más de un año: María Antonieta, de Sofía Coppola. Me impactó la dirección de arte y la fotografía. Imágenes de zapatos, telas, flores, sombreros, abanicos, aretes, collares, vestidos, pasteles, galletas, postres y ponqués, eran demasiado para una mujer. Así fue como pensé en escoger algunas imágenes para luego pintarlas. Me imaginé en la “pajarera” o en la calle 53 –lugares de Bogotá que me encantan– escogiendo escarchas de colores, piedras semipreciosas, plumas, encajes, lentejuelas y mostacillas para introducir en mis láminas de acrílico. Ésto me daba la oportunidad de volver a hacer collage, mi técnica preferida.
Con esta serie de cuadros pretendía hacer un paralelo entre los objetos que son representados en las escenas de la película y los materiales reales con los que dichos objetos son confeccionados desde hace siglos. Me pareció importante mostrar que en el retrato se puede apreciar cómo los objetos de una persona logran describirla ¿Cómo negar que nuestra historia íntima está estrechamente ligada a los objetos que usamos a diario? Frente a lo perdidos que nos podemos sentir al no encontrar nuestra auténtica intimidad construimos a menudo nuestra identidad a partir de los objetos que poseemos: cómo nos vestimos, qué coleccionamos, cómo adornamos nuestro espacio vital.
La intimidad está relacionada en un momento dado con los pensamientos que tenemos. Las personas, salvo algunas afortunadas excepciones, siempre están pensando entratar de mejorar, perfeccionando mentalmente sus vidas. En el retrato pintado el único vislumbre de ésto es la mirada. Nuestra historia íntima, por definición, pertenece al interior, lo que se proyecta de ésta, lo que está en el exterior es solo un sombrío y distorsionado reflejo. Mas este reflejo si quiere ser trascendido gracias a un retrato, es preciso observarlo en los ojos.
Me parece increíble cómo al pintar dos líneas curvas que se encuentran de frente, un círculo oscuro entre ella, dos minipuntos blancos (éstos son opcionales) obtienes una mirada. Los misterios en los que se sumerge el ser humano, sus frustraciones, sentimientos, pensamientos y emociones, se materializan en el retrato para abrirse a la interpretación de quienes lo observarán posteriormente. La mirada de la persona retratada se vuelve un puente entre su historia íntima y el interior del espectador.
En el caso de mis retratos no importa que sea María Antonieta o la actriz que la interpreta, lo que importa es que el espectador se sienta acompañado e identificado con ellos. Reconocerse en las imágenes de otros seres humanos y acercarse a lo que sienten los otros. Ésto es lo que me parece que representa el interés que se tiene en los retratos, el ansia que se despierta al tratar de buscar el alma de las personas y saber si los otros son o no, como nosotros.
La pintura es un proceso en el que me reconozco y en el que creo que el espectador puede buscar también algo de sí mismo. Los retratos son sistemas de identificación entre la persona que retrata, el retratado y quien lo observa en el ejercicio eterno en el que permanecemos los seres humanos: la búsqueda de saber quienes somos.
E.C.
De esta manera, mi mundo plástico se va creando a partir de otras obras que a su vez van construyendo mi historia, ya sean las canciones de Billie Holiday o de Diomedes Díaz, los poemas de Jacques Prévert, la película María Antonieta o la película La Insoportable Levedad del Ser. Lo interesante es mirar de forma retrospectiva que tanto de las impresiones visuales de un artista, mezcladas con sus recuerdos, ideales y sentimientos terminan siendo el material para crear una serie de objetos que llamamos obra y que representan un fragmento de su propia historia íntima.
Hice una serie de cuadros que tomé de una película estadounidense estrenada hace poco más de un año: María Antonieta, de Sofía Coppola. Me impactó la dirección de arte y la fotografía. Imágenes de zapatos, telas, flores, sombreros, abanicos, aretes, collares, vestidos, pasteles, galletas, postres y ponqués, eran demasiado para una mujer. Así fue como pensé en escoger algunas imágenes para luego pintarlas. Me imaginé en la “pajarera” o en la calle 53 –lugares de Bogotá que me encantan– escogiendo escarchas de colores, piedras semipreciosas, plumas, encajes, lentejuelas y mostacillas para introducir en mis láminas de acrílico. Ésto me daba la oportunidad de volver a hacer collage, mi técnica preferida.
Con esta serie de cuadros pretendía hacer un paralelo entre los objetos que son representados en las escenas de la película y los materiales reales con los que dichos objetos son confeccionados desde hace siglos. Me pareció importante mostrar que en el retrato se puede apreciar cómo los objetos de una persona logran describirla ¿Cómo negar que nuestra historia íntima está estrechamente ligada a los objetos que usamos a diario? Frente a lo perdidos que nos podemos sentir al no encontrar nuestra auténtica intimidad construimos a menudo nuestra identidad a partir de los objetos que poseemos: cómo nos vestimos, qué coleccionamos, cómo adornamos nuestro espacio vital.
La intimidad está relacionada en un momento dado con los pensamientos que tenemos. Las personas, salvo algunas afortunadas excepciones, siempre están pensando entratar de mejorar, perfeccionando mentalmente sus vidas. En el retrato pintado el único vislumbre de ésto es la mirada. Nuestra historia íntima, por definición, pertenece al interior, lo que se proyecta de ésta, lo que está en el exterior es solo un sombrío y distorsionado reflejo. Mas este reflejo si quiere ser trascendido gracias a un retrato, es preciso observarlo en los ojos.
Me parece increíble cómo al pintar dos líneas curvas que se encuentran de frente, un círculo oscuro entre ella, dos minipuntos blancos (éstos son opcionales) obtienes una mirada. Los misterios en los que se sumerge el ser humano, sus frustraciones, sentimientos, pensamientos y emociones, se materializan en el retrato para abrirse a la interpretación de quienes lo observarán posteriormente. La mirada de la persona retratada se vuelve un puente entre su historia íntima y el interior del espectador.
En el caso de mis retratos no importa que sea María Antonieta o la actriz que la interpreta, lo que importa es que el espectador se sienta acompañado e identificado con ellos. Reconocerse en las imágenes de otros seres humanos y acercarse a lo que sienten los otros. Ésto es lo que me parece que representa el interés que se tiene en los retratos, el ansia que se despierta al tratar de buscar el alma de las personas y saber si los otros son o no, como nosotros.
La pintura es un proceso en el que me reconozco y en el que creo que el espectador puede buscar también algo de sí mismo. Los retratos son sistemas de identificación entre la persona que retrata, el retratado y quien lo observa en el ejercicio eterno en el que permanecemos los seres humanos: la búsqueda de saber quienes somos.
E.C.
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