domingo, 6 de julio de 2008

Catalina Jaramillo Quijano

El arte tiene una estrecha relación con lo verdadero, la obra de arte no se interpreta a sí misma así que no tiene posibilidad de engaño, no ocurre lo mismo con la palabra, en ella hay intenciones, una necesidad de manifestarse, hay un desocultamiento.
Todas las cortinas cerradas, la seguridad viene de allí, las abro de vez en cuando para hacerme creer que lo he superado todo, que he alcanzado la normalidad en mi vida. Subo la persiana de mi cuarto, la luz cae directamente sobre la cama destendida y siento un poco de vergüenza. Mejor la cierro otra vez, no lo he superado todavía, no vaya a ser que se enteren los vecinos.
Anoto: Tenía cuatro años, la directora del colegio no quería recibirme, mi mamá la convenció para que me hiciera un examen, no recuerdo bien en que consistía, sólo que al final debía hacer un dibujo, me tomé mi tiempo y lo hice lo mejor que pude, cuando la directora lo vio no supo qué era y me pidió una explicación, lo miré bien y era un establo con una oveja, pero si lo volteaba era una familia, así que dije que era un establo pues me pareció más apropiado para impresionar a una señora poco impresionable (una familia la hace cualquiera).
Cuando era niña creía que todas las sensaciones físicas y anímicas tenían un nombre. Recuerdo que después de bañarme, al momento de vestirme, me sentía incómoda, pensaba en la desnudez y me daba un vacío en el estómago, le preguntaba siempre a mi madre cómo se llamaba aquello y ella siempre decía: vergüenza; pero no, era algo distinto y no tenía nombre, trataba de definirlo lo mejor posible sin nombrarlo, quise ser fiel a las palabras.
Hoy tuve una de esas impresiones sin nombre, estaba en la cocina preparando café, todo estaba ordenado, los platos en su lugar, música de fondo, el olor a café, mis pies cabían en una baldosa y muchas imágenes rondaban en mi cabeza; pensé en ese momento y me sentí afortunada. Imaginé mi cuarto sin mí, libros a medio leer, cartas guardadas en cajones (¿todas las cartas son de amor?), las flores rosa del papel tapiz, la cama de niña y mis libros terminados (gritito de emoción).
Me apaño de la idea de mí misma, me apaño de mí, una visión impresionista. Me sentí bien, recorrí la casa, en felicidad estática; es un sentimiento sin nombre, el que me sienta satisfecha y pueda dibujar y escribir sin ningún autorreproche, sin sentirme indigna del placer de crear. Dibujos sin sujeto, sensaciones sin nombre, es casi irreal, podría llamarlo la edad adulta.
Viví gran parte de mi vida en una casa en medio de un bosque, en un bosque en medio de la ciudad, a través de los árboles veía el humo de las chimeneas industriales; en ese entonces entendía, porque lo entendía todo, y sabía lo que hay que saber; a veces sueño que sigo ahí, y para mi asombro todos los bosques son ese, todas las casas son esa; así como todos mis grandes amores son uno sólo.
Creo que los libros son así, uno y todos, tienen la emoción de una fotografía velada por la acción del recuerdo. Cuando veo que ya todo está allí siento algo irreparable, nada de arrepentimientos tardíos. En el libro abierto, alguien se desplaza. Está allí y es una prueba de que existo y pienso y siento y me muevo.
He terminado, he sabido terminar.
C.J.Q.


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