domingo, 6 de julio de 2008

Mauricio Ruíz




Cuando caen en mis manos tiras de imágenes fotográficas que han sido desechadas en un almacén cualquiera, las observo detenidamente y al hacerlo llegan a mi mente con toda claridad, como si las viera, imágenes que conservo en mi memoria.
Las imágenes que “veo” son entre muchas: fragmentos de vegetación, mis sobrinas, recuerdos de momentos de entretenimiento como tomar una cerveza junto a una piscina en alguna ciudad de Colombia; veo texturas de ropa, veo texturas de paredes, ladrillos. En las imágenes “veo” colores, sabores de dulces como las melcochas que regalan en los restaurantes, imágenes todas que si las buscamos las encontramos al observar esas tiras de fotos restantes de los cortes.
Todas esas imágenes que surgen de mi memoria se fusionan con las de las noticias cotidianas de mi país:
Veo las imágenes de los secuestrados, la imagen de los militares, los políticos y veo esas cosas cotidianas que creo que viven estas personas, las cosas que tienen, como comen, que ven a su alrededor, qué les gusta hacer en su tiempo libre, quién los cuida, preguntarse si hacen deporte o descansan.
La imagen mental se vuelve parte mía y así, lo que otros viven lo vivo yo.
Esas imágenes se apoderan de mis propias cosas y las utiliza a su manera.
Todas puestas una al lado de la otra forman ese horizonte que nos hace prisioneros de una realidad.
Con esta obra intento recuperar el más antiguo y humanista de los sentidos del arte: negarse a la caducidad del instante y a la intensidad del evento. Es así como Pruebas de Supervivencia viene a constituirse en una resistencia al olvido, al que nos constriñe inexorablemente la repetición vacía y sin sentido de una imagen atroz y ajena. Aquí se trata de arrancar al observador de ese foco de luz lánguido que representa la mirada perpleja y desesperanzada de un cautivo, de manera que el interés se concentre en un instante posterior de la angustia; ya no el de la pura existencia, sino el de saber cuál es la asfixiante rutina que circunda sus días, o la monótona vegetación que “veo” en las tiras de unas fotografías. Las secciones discontinuas de colores permiten al observador la construcción de una imagen que pueda evocar un momento de la vida cotidiana de los 750 cautivos: los colores de un plátano con café al desayuno, la densidad del verde que los encierra y protege, el azul claro de un resquicio de cielo o de una quebrada para el baño matutino. Finalmente su particular disposición horizontal simboliza la infinitud de una esperanza entrañable pero aún distante.
M.R.

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